El campamento de migrantes en Reynosa.
En la Plaza de la República hay cientos de migrantes en un campamento donde conviven salvadoreños, guatemaltecos y hondureños. La pérgola de la plaza ahora hace de hogar de decenas de familias.
Yadira, una mujer de 26 años y sus hijos Ibrahim y D’Angelo, de 8 y 11 años, esperan en el campamento de migrantes en Reynosa, tras ser expulsados por EE UU. La familia huyó de La Ceiba, en Honduras, porque ya no podía pagar las altas extorsiones que les pedían las pandillas y amenazaron con reclutarle al mayor de sus hijos. “Nos tocó salir de un día para otro. No me perdonaría nunca que a mi hijo lo hicieran esclavo de otros”, dice Yadira. El menor de los niños, Ibrahim, sufre de un asma que ha empeorado con el viaje y al dormir a la intemperie.
Idalia migró con su hijo de 16 años y su hija de 9. Le pagó 4.500 dólares a un coyote por los tres, pero los polleros la separaron de su hijo mayor en Chiapas. “No sabemos qué hacer. Estamos de brazos cruzados. Es como una película. Uno pasa por tantas cosas”, dice la mujer, desesperada en el campamento de Reynosa, a donde la expulsaron tras intentar cruzar a EE UU a principios de esta semana.
Idalia Patricia tiene 25 años. Migró a Estados Unidos con su hija Alison y su esposo desde San Salvador. La pareja estaba montando un pequeño negocio, pero los pandilleros de la MS les pidieron una extorsión que no podían pagar y los amenazaron de muerte. Vendieron todo de un día para otro para viajar en autobús a EE UU, donde los expulsaron inmediatamente. Ahora, están varados en el campamento de Reynosa con cientos de personas.
Juana María, madre soltera de Fátima, de 13 años, huyó de Honduras porque los maras comenzaron a acosar a su hija. La madre superó un cáncer de tiroides, pero lleva dos años sin poder hacerse revisiones por falta de recursos. Tras ser expulsada de manera exprés a Reynosa, está preocupada por su salud. El frío de la hielera donde la tuvo la Patrulla Fronteriza la ha dejado ronca y teme que su condición empeore.
Este padre hondureño, de 33 años, migró con su hija que sufre de espina bífida. Aunque el mal congénito de la menor de 9 años no tiene cura, el hombre quiere llegar a EE UU porque cree que en ese país puede mejorar su calidad de vida. La Patrulla Fronteriza los detuvo después de cruzar el Río Grande sin oportunidad de contar su caso. Tras pasar una noche en el campamento, la ONG Sidewalk School les ofreció un refugio para que no tuvieran que dormir en la calle.
Esta migrante hondureña y su hija de 9 años, que padece una discapacidad cognitiva, permanecen en este refugio. Ambas salieron hace tres meses de Honduras y también las devolvieron a Reynosa. “Uno lo que mejor busca es bien para sus hijos, pero lo vienen a tirar al puente como si no fuera nada. Lo cruzan a México y ahí lo dejan a uno. A ellos no les importa pero deberían de tener prioridad para los niños que están así discapacitados”
Artículo tomado EL País
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