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Muertes de migrantes que intentan entrar a EU se triplicaron en tres años.

Las políticas públicas migratorias de Estados Unidos, que consisten en militarizar toda la frontera y dejar abiertas las zonas más peligrosas e inhóspitas, no logran un efecto de disuasión como anuncian, sino que aumentan el número de muertes.


Fotografía Andrea Godinez.


En 1994, durante el mandato de Bill Clinton en Estados Unidos, la política migratoria tuvo un cambio de rumbo. La Patrulla Fronteriza recibió la orden de frenar la migración con una estrategia que titularon “Prevención a través de la disuasión”. El nombre, compuesto de términos neutros, pretendía disimular la violencia de la idea que lo impulsaba.

El plan consistía en militarizar la frontera y dejar abiertas las zonas más peligrosas e inhóspitas para que las personas migrantes crucen. Esta política provocó un fenómeno llamado efecto embudo. La efectividad de la política se midió con dos indicadores: aumentaron las muertes en la frontera y bajaron las detenciones. “La estrategia se basó en el potencial letal de los desiertos del suroeste de EE.UU”, dice en un artículo académico la antropóloga Robin Reineke, que trabajó durante años en la morgue del condado de Pima, Arizona, para identificar migrantes muertos en la frontera.

Desde el puntapié inicial de Clinton hasta la fecha, casi 30 años después, tanto gobiernos republicanos como demócratas han aumentado el presupuesto para financiar recursos, como puestos de vigilancia, vehículos y personal para controlar las rutas más usadas por los migrantes para cruzar ilegalmente a Estados Unidos.

De un año a otro, las muertes en la frontera sur de Estados Unidos se duplicaron al pasar de 254 en 2020 a 568 en 2021, de acuerdo a reportes públicos de CBP.


“Estados Unidos ahora gasta más de $25 mil millones en control fronterizo y de inmigración, en comparación con sólo $1.5 mil millones en 1994. La dependencia de la economía de EE. UU. de la mano de obra de América Latina sigue sin abordarse, al igual que el impacto a largo plazo de la política exterior de EE. UU. en la región. Como resultado, los migrantes continúan viniendo al norte y continúan muriendo en el camino en México y en los desiertos de las fronteras de los Estados Unidos”, dice Reinke en el artículo publicado en Society for Cultural Anthropology.


En tres años (2019, 2020 y 2021) la cantidad de fallecidos se triplicó: pasó de 255 a 900, según datos otorgados por CBP (Customs and Border Protection), ante un pedido de acceso a la información pública de este equipo de investigación, que fue enviado de manera ininteligible y fue procesado para su análisis.


Entonces, ¿Por qué van?

A pesar de que Estados Unidos se jacta de que las políticas que implementa son de disuasión, en realidad los migrantes siguen cruzando. Incluso aunque algún familiar haya tenido el peor final.

“Los migrantes llegan a intentar cruzar hasta 5 veces, hasta que mueren en el desierto”, dice Mirza Monterroso, integrante de Colibrí Center, una organización que apoya a los forenses del condado de Pima (Arizona) en la búsqueda del ADN de las familias en sus países de origen.


Muchos de los migrantes que emprenden el camino hacia Estados Unidos no tienen noción de las distancias y los peligros. Las comunidades están llenas de historias de éxitos, personas que conquistaron el sueño americano. Muchas de esas historias son impulsadas por la propia maquinaria cultural de Estados Unidos, que durante décadas ha predicado que en sus tierras todo es posible.


Pero también hay otro factor, a las personas que migran y a sus familias muchas veces les da vergüenza hablar de lo malo: las extorsiones, las deportaciones, el hermano preso, la hija desaparecida, el amigo abandonado en el desierto, la vecina secuestrada por las pandillas.

“No dimensionan las distancias, no conocen el mapa. No saben la extensión de México. Menos los peligros”, dice Katalina López, coordinadora de la organización ECAP (Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial) en Guatemala, y agrega: “Los coyotes mienten: ‘Mire, págueme eso y usted no va a caminar, yo lo llevo en bus’, les dicen”.


Por esto, en Chimaltenango, jóvenes de las comunidades decidieron pintar murales que fueran testimonio de estas realidades. En uno de ellos pintaron un mapa de México porque descubrieron que muchas personas en tránsito tenían la idea que una vez llegaran a la frontera entre México y Guatemala ya estarían cerca de alcanzar su destino en Estados Unidos.

Dice su familia que Axel era un buen estudiante. Pero con la pandemia se cerraron las escuelas y ya no quiso estudiar. “Se le metió en la mente que se quería ir a Estados Unidos, a tener una mejor vida, a ayudar a su papá carpintero a que el negocio crezca”, cuenta su Gris, su tía. Y advierte: “La mayoría de las personas van pero no dicen cómo es el viaje. Si alguien pasó, anima y dice: 'vengan, vengan'. Pero nunca cuentan cómo cruzan las personas. Y si hay algún sufrimiento u obstáculos no lo dicen. Si tan solo uno supiera todos los obstáculos que atravesó en el camino, yo diría que no seguirían, pero como no lo cuentan entonces ellos tienen más valor para irse”.

De acuerdo con la base pública estadounidense llamada NamUS, en los últimos diez años desaparecieron 194 jóvenes hombres latinos en la frontera entre Estados Unidos y México.


El cuaderno de Gris


Gris anotó en un cuaderno cada comunicación que tuvo con su sobrino desde que salió para Estados Unidos. El 19 de agosto de 2021 escribió: “10 de la noche pasa el río. Desde allí ya no volvió a escribir. Desde ese entonces ya no supimos nada de él”.

Cuando Axel desapareció tenía 18 años. Perderlo, para la familia, fue como un mazazo sobre un vaso de vidrio. Su tía se echó al hombro la búsqueda. Sentada en una banqueta blanca, lleva el clásico huipil de las mujeres mayas guatemaltecas, parece pequeña rodeada de plantas de café. Toda su familia la mira. Empieza a contar.


Fotografía de Andrea Godinez.


Axel se fue de Chimaltenango, Guatemala, el 26 de julio de 2021. Hasta el mes de agosto se comunicó con su familia. En uno de esos mensajes contó que lo atraparon y oficiales de Migración de Estados Unidos lo dejaron en el puente del Río Bravo, en México. Les dijo que tenía espinas de cactus en las piernas, ampollas en los pies y un poco de gripe. Esperó una semana a que saliera otro grupo para intentar cruzar.

-Nos dijo que el guía le iba a comprar medicinas. Pero nunca lo compró. Así que creemos que salió enfermo-. Gris habla pausado, suave, claro, pero la forma en la que mueve las manos sobre sus rodillas delatan que está nerviosa.


Su cuñado, el papá de Axel, la mira con atención pero parece que su pensamiento está en otro lado. De niño vivió el conflicto armado en Guatemala."Yo viví esa guerra, se sufrió mucho”, recuerda y dice que ahora siente algo parecido, “porque a sufrir van y otra vez el temor siempre nos tiene. El miedo a pedir ayuda, por el coyote que después mata a la gente. Porque así se vivió el conflicto armado. Yo por hablar con gente como ustedes, pues te mataban”.


Fotografía de Andrea Godinez.


Teme hacer pública la historia de su hijo porque hace unos meses los extorsionaron. Alguien con acento mexicano llamó por teléfono y dijo que sabía dónde estaba Axel, pero si lo querían volver a ver, advirtió, tenían que pagar. Y pagaron. Se endeudaron. Tuvieron que vender un terreno que tenían.

La familia esperó 15 días antes de hacer la denuncia, cuenta Gris, porque el coyote (la persona que a cambio de dinero se comprometió a llevar a Axel a Estados Unidos), les dijo que lo tenían en una bodega para que se repusiera de todo el desgaste que le había producido el primer intento de cruzar, antes de que los atraparan los oficiales de Migración. “‘Que estaba vivo y vitaminado’, dijo. Pero creemos que no nos dijeron la verdad”, explica.

La hermana de Gris, la mamá de Axel, está parada detrás de la cámara, respira fuerte, con las manos cruzadas en el pecho, meciéndose. Después de la desaparición de su hijo le dolían los dedos de las manos, las muelas. Como si su cuerpo punzara. “Duele el cuerpo de estar pensando”, dice más tarde sentada en el patio de su casa.


Fotografía Andrea Godinez.


Luego de hacer la denuncia la tía llamó a los consulados en México y Estados Unidos para que le dijeran qué podía hacer. El 17 de septiembre, un mes después del último mensaje de Axel, le explicaron que tenía que ir buscarlo a la ruta por la que él cruzó.

La matriarca, la abuela de Axel, está sentada en el suelo, con la cabeza gacha y las piernas extendidas, llora. Cuando Gris termina de dar su testimonio se levanta y se deja retratar con una foto de él. Al verla rompe en llanto nuevamente: nunca había visto esa foto, fue la última que le sacó la tía a Axel antes de emprender el viaje.


Gris repite cada fecha con precisión, las tiene en la memoria. Además, en su cuaderno anota con detalle cada cosa que pasó desde que Axel desapareció: qué objetos llevaba, cómo vestía cuando se fue, cuáles son las marcas y cicatrices en su cuerpo que lo hacen identificable, a cuáles oficinas se acercaron a denunciar, las charlas con el coyote, cada gasto que hicieron para encontrarlo.


El negocio de los coyotes


En Pacón, Guatemala, cuentan los vecinos, hay un matrimonio que hipotecó su casa para pagarle al coyote. Un hijo desapareció camino a Estados Unidos, el otro pasó pero está traumatizado y no ha podido mandar dinero. El señor, mayor ya, está enfermo. La señora le consultó a una vidente de la iglesia para saber si su hijo perdido sigue vivo. Pronto los van a desalojar.

Desde las organizaciones que trabajan con migrantes en Guatemala explican que hay toda una red montada: un coyote, un abogado, un prestamista. Si una persona quiere migrar busca a algún vecino que tenga un familiar que “pasó”, es decir que logró cruzar ilegal a Estados Unidos, y le pide el contacto de la persona que lo hizo posible. Se activa la red: el coyote pone el precio. Hoy se cobra 19 mil dólares aproximadamente. Si la persona que quiere migrar no tiene el dinero, cosa que pasa la mayoría de las veces, la manda con un prestamista. Para otorgarle el préstamos éste le pide algo a cambio, una propiedad, un terreno, lo que tenga para dejar en garantía. Y para asegurarse que podrá ejecutar la deuda de ser necesario contacta a un abogado. A veces no necesitan documentos legales y se valen de la extorsión. A la deuda original se le suman los intereses. Las personas que migran y sus familias cuentan con que en Estados Unidos podrán prosperar rápidamente y pagar. Pero si el migrante desaparece o muere las familias no tienen cómo devolver el dinero.


Las familias les tienen miedo al coyote porque saben dónde viven. Muchas veces, deciden incluso, no denunciar a su familiar desaparecido por miedo a las represalias que pueda tomar la persona que cobró para cruzar al desaparecido.


Identidades falsas

Muchas veces los migrantes no usan su nombre ni su nacionalidad real cuando están intentando llegar a Estados Unidos. Lo hacen porque si los atrapan cuando los deportan los mandan a México que es el país más cercano para volver a cruzar. Entonces, si son capturados por la Patrulla Fronteriza, cuando les toman las huellas digitales, quedan registrados con el nombre falso.


Si deciden volver y mueren en el trayecto para las bases forenses de Estados Unidos esa persona tiene otra identidad, la falsa. Salvo que la familia supiera que iba a usar otro nombre.

Esto pasó con Axel. El coyote le dio una identificación falsa, con un nuevo nombre y nacionalidad Mexicana. Además de esa identificación le entregó una hoja de cuaderno con datos que tenía que aprenderse por si lo atrapaban.

Su familia sabe que en su primer intento de cruzar usó esa credencial pero no saben si la tenía por segunda vez. Hoy lo buscan con los dos nombres. Y sigue desaparecido.


El nombre de Alex fue modificado por seguridad de la familia.


Articulo tomado de animalpolitico.com


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